06 Ago Cuando los asuntos no terminados se vuelven interminables
LONDRES. _ Una de las cosas que nos diferencia a los que vivimos en sociedades privilegiadas de aquellos que viven en sociedades más primitivas es que los que estamos a este lado de la línea podemos permitirnos pensar que nos quedan muchísimos años de vida por delante. Esta es una gran ventaja de los países desarrollados y los avances en la ciencia, la tecnología y la sanidad son los principales responsables de esta idea. También está el hecho de que la gran mayoría de los que estamos vivos hoy, no hayamos presenciado ninguna guerra que nos afecte directamente, o que no tengamos que arriesgar nuestra vida para salir a cazar. En definitiva, el riesgo de muerte es muy inferior en comparación con el de aquellos que no gozan de los privilegios del primer mundo.
Asuntos no terminados: consecuencia de dar la vida por supuesta No es de extrañar que cada día generemos una lista interminable de asuntos inconclusos: tenemos conversaciones pendientes con nuestra pareja que pensamos abordar el fin de semana, contamos con hacer la compra el viernes por la tarde o tenemos proyectos recién empezados. La idea es que continuaremos con ellos otro día y, aunque todos sabemos que existe la posibilidad teórica de que no haya un mañana, damos por supuesto de que lo habrá. La mayoría de las veces es una predicción correcta.
Este enfoque es necesario por razones prácticas y, no sería rentable emocionalmente, tratar de finalizar todo lo que hacemos en cada momento por si no tuviésemos la oportunidad de retomar las tareas a medio hacer. Pero hay otro tipo de asuntos que requieren mucha más energía cuando quedan sin terminar: los asuntos emocionales.
Asuntos emocionales No hace falta mirar muy atrás para encontrar ejemplos en nuestra propia vida de situaciones emocionales que no hemos solucionado o que han tardado tiempo en solucionarse. A veces, tenemos una relación difícil con nuestro padre o madre en la adolescencia, otras veces, dejamos de hablarnos con algún familiar durante algún tiempo. Hay disputas por dinero, desacuerdos por ideas políticas diferentes, rencores por acciones pasadas y sentimientos de culpa por no haber estado ahí cuando algún amigo más nos necesitaba.
Algunos de estos casos se solucionan después de años. Al pedir perdón cuando es necesario y escuchar el dolor que hayamos podido causar al otro, a la vez que hacemos nuestra vulnerabilidad visible al prójimo, puede haber un encuentro íntimo, donde las diferencias superficiales dan lugar al entendimiento. Cuando este no sea posible, daremos paso a la aceptación profunda. Las relaciones sanan y se vuelven más fuertes. Desafortunadamente, muchos de los conflictos emocionales quedan sin resolver. Cabe también mencionar que existen asuntos emocionales de índole positiva que con frecuencia no se comparten con seres queridos. Dar las gracias por algo que nos emocionó, decir a alguien lo importante que es para nosotros o lo valorados que nos sentimos cuando nos hicieron este u otro favor. Quizá por vergüenza o pudor, nos privamos de la oportunidad de experimentar un encuentro emocional que pudiera crear relaciones más plenas con aquellos que queremos.
“Es después del funeral cuando los asuntos no terminados afloran”
Cuando la muerte se acerca En caso de muerte repentina, ya sea accidental o por otras causas, todos los asuntos mencionados quedarían inconclusos. Los familiares del difunto se encuentran con las consecuencias, sobre todo prácticas, del fallecimiento. Aparte de su dolor y otras emociones que puedan sentir, los familiares se encargan de preparar el funeral, y de un montón de asuntos prácticos sobre los que hay que tomar decisiones: cerrar la cuenta del banco, anular la suscripción anual de tal asociación, avisar a amigos, etc. Es normalmente después del funeral, una vez ya todos los demás retornan a sus vidas, cuando los asuntos no terminados afloran: pesadillas, pensamientos continuos sobre lo que se podía haber hecho diferente, ansiedad, culpa… Pero lo más trágico es que cuando la muerte se da de una manera más paulatina, la situación final no difiere tanto de una muerte repentina, por lo menos, en cuanto a asuntos emocionales inconclusos se refiere. En el caso de enfermedades crónicas o de un cáncer, el deterioro puede alargarse durante años. Y, aunque uno de los síntomas principales en este tipo de enfermedades es la incertidumbre, hay un hecho que normalmente pasa desapercibido para todos los implicados: la certeza de la muerte. La actitud positiva, el mantener la esperanza de que el tratamiento funcione, la actitud de lucha y el no querer enojar a nadie por hablar de disputas pasadas, entre otras cosas, hace que los asuntos emocionales inconclusos no tengan cabida. Los potenciales encuentros, quizá cuando más importantes son, no ocurren con frecuencia, y la muerte ocurre de manera que deja a los familiares en estado de shock. Casi como si nadie lo esperara. Las disculpas que no se pidieron ya no se pueden pedir. El agradecimiento queda sin mostrar, las preguntas importantes que no se hicieron, sin contestar. Son cosas que afloran en el duelo, y uno puede hacer un trabajo para perdonar/se y hacer las paces. Esta es una buena segunda opción a la hora de ayudar con el duelo, pero hay que tener en cuenta que uno tiene que vivir con los asuntos no terminados para el resto de su vida. En vida, uno siempre tiene la esperanza de que algún día, podrá solucionar los asuntos. Pero la esperanza muere con la persona a la que necesitamos que nos escuche, nos entienda, nos perdone, o a la que necesitamos perdonar.
Y es que una vez muerto/a, los asuntos no terminados se convierten en asuntos interminables. Para siempre▗
URTZI CRISTÓBAL _ PSICÓLOGO ESPECIALISTA EN CUIDADOS PALIATIVOS Y DUELO